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La construcción del símbolo en la pintura de Eduardo Naranjo

Eduardo Naranjo es considerado frecuentemente un pintor realista onírico, porque gran parte de su obra engloba “mitos, sueños y misterios” (parafraseando Mircea Eliade), que se manifiestan visualmente a través de símbolos.

Los antiguos griegos llamaban symbolon a un objeto roto en dos, lo que servía como prueba de reconocimiento. Al asociar a las partes, se obtenía el todo, y así se reconocía a la gente (a un mensajero verdadero, por ejemplo). Me gustaría guardar de momento la idea simultánea de la división y de la integridad. Por lo tanto, un objeto (simbolizante) envía a un cierto significado (simbolizado) con lo cual está asociado por una convención cultural. El significado no es unívoco, ni reductible a un único sentido. Por ejemplo, el “rojo” puede simbolizar la sangre de los héroes, la pasión en amor o la prohibición de pasar, etc. Es cierto que no todos los objetos (palabras, imágenes, sonidos) permiten asociaciones simbólicas, y que los enlaces interpretativos son creaciones de la mentalidad colectiva. Como mostró Gaston Bachelard o Gilbert Durand, el símbolo es siempre bivalente. El agua puede ser el fluido vital de la vida, pero también puede significar la muerte a través del diluvio universal. Es fundamental comprender la naturaleza bivalente y opuesta del símbolo. Jean Chevalier, autor de un conocido “Diccionario de símbolos”, resalta otras características como la oscuridad (una parte notable, la otra inescrutable, suponiendo una iniciación), la estimulación (la revelación de un símbolo nos hace vibrar en el interior), la verticalidad (el símbolo revela el infinito, la grandeza del hombre), la multidimensionalidad (un símbolo condensa innumerables significados, interpretaciones), la constancia (la unión simbólica puede mantenerse constante a lo largo del tiempo), y el relativismo (a pesar de cierta constancia, lo que simboliza cambia constantemente, lo que lleva a una gran diversidad iconográfica y literaria, agitando permanentemente la imaginación tanto del creador, como del intérprete).

Por todo eso, decidí presentar la construcción de tres símbolos oníricos en la obra de Eugenio Naranjo, de los más impactantes de mi punto de vista.

 La muñeca

Para el analista Georges Romey, la muñeca es al mismo tiempo el símbolo que da dependencia del deseo del otro, pero también la representación de la muerte del alma. Puede, por lo tanto, representar la muerte de un hermano o hermana.

En Contemplación de la muñeca (1971),

En una de las puertas, están discretamente dibujados cálculos (38.924 X 32), palabras (“la paz”, “no quiero”), figuras humanas, etc. – detalles que evocan la existencia de la vida infantil en aquel espacio. Pero el tiempo ha pasado y la muñeca ha sido guardada en una maleta usada (que ha pertenecido a E.N.M), en un bolso de plástico transparente. El espectador empieza a sentir la fuerza del fantástico a manifestarse: parece que la muñeca ha dejado la maleta (hay marcos de destrucción del cierre) y que se está escondiendo por detrás de las puertas.

Un año más tarde, surge otro cuadro inquietante: La muñeca entre las dos puertas (1973). Es suficiente mirar para la forma como se cierren las puertas para sentir que entramos en la dimensión fantástica. Por detrás de la puerta abierta, en una especie de armario, hay una muñeca atada que quería levitar. La muñeca parece la trasfiguración de la niña que ha abandonado su bata y sus zapatos. Para C. G Jung, la muñeca en sueños simboliza la representación de una ánima (representación femenina en el inconsciente) aún no realizada. No se trata de una muñeca, sino de una mujer-muñeca. Esta metamorfosis podría explicar la objetualización sexual de la niña como muñeca o de la muñeca como niña.

Pero, como hemos afirmado, los símbolos son siempre bivalentes. Por eso, Eduardo Naranjointroduce también la connotación sagrada de la levitación. En Suspensión de una muñeca en contraluz (1972), la muñeca es una madona campesina conectada al mundo por un hilo y una ajuga. Si la confección de la ropa es un acto mágico, podemos aceptar que la muñeca sigue un trayecto ascensional por detrás de las contraventanas.

Ensueño con bata blanca (1976)

Para comprobar que los personajes se intercambien, vamos a señalar Ensueño con bata blanca (1976), donde una niña con su muñeca levitan en un espacio algo doméstico, algo etéreo, tiendo una bata, que preserva la forma corpórea, como testigo.

Hay también en las pinturas de Eduardo Naranjo muñecas maltratadas, rotas o desarticulas. En todos estos casos, las muñecas introducen vivencias traumáticas y dolor interior. Creo que el último cuadro en que aparece una muñeca es un autorretrato de 1984: Yo pintando una bota militar y cabeza de muñeca. Pintándose en espejo, el artista separa habilidosamente dos planos: la del pintor que se reflecta en el espejo, y la de los objetos presentes y reflectados o sea, el primer plano. La inclusión de estos dos planos se hace simbólicamente por una cuerda que también delimita el espacio (manchado) de la bota. La cabeza de la muñeca me parece un alvéolo mágico que alude a la memoria infantil perdida.

 El hilo y la cuerda

De un tratamiento casi integrable en el realismo social hay un dibujo titulado Los manos de mi madre (1974). Manos de mujer labradora, marcadas por la expresividad de las venas, este retrato acéfalo merece una mención especial por uno de los símbolos propios del artista: el hilo (ver, por ejemplo, Espacio para un recuerdo en tres fases, 1977). El hilo es símbolo del texto (textura, tejido), del camino, de la unión, del cordón umbilical etc. La presencia de alguien que manipula el hilo fuera del cuadro es la clave fantástica del dibujo.

Los manos de mi madre (1974)

 

En Manos atados (1975) la persona invocada es reconstituida a partir de sus manos, de una camisa y un jaquetón antiguo, todo pintado en planos diferentes, en hojas sobrepuestas que alguien las ata con un cordel. Este atar que inmoviliza equivale simbólicamente al deseo inconsciente del artista de abrazar la persona ausente. De una manera aún más acentuada, la misma compulsión se manifiesta en Atrapada añoranza materna (1976).

No me parece que el artista utilice el hilo o la cuerda como símbolos ascensionales. Los objetos atados, con nudos, tienen virtudes mágicas. El pintor pasa a coser varios estratos de “memorias” (ropas, manos, fotografías, etc.) sobrepuestas, creando escenarios de intima teatralidad.

 El espejo

Psicogenéticamente hablando, afirmase que hasta seis meses el niño no tiene una imagen de sí mismo porque no ha alcanzado lo que J. Lacan denomina “el estadio del espejo”. El cuerpo aparece en los primeros meses como un fragmento: la mano, los dedos, como si el cuerpo se mostrase progresivamente. Nadie se acuerda de la “reconstrucción” a partir de fragmentos del cuerpo, de la orden en estos aparecen, como se unen, cuando memorizamos lo que vemos… La imagen del cuerpo aparece instantáneamente imponiendo otra orden: la orden de la nuestra propia representación.

En la memoria, debido a fenómenos amnésicos, los cuerpos sufren muchas veces “amputaciones”, sobreviviendo de forma fragmentaria. Es la reconstrucción del cuerpo por el olvido, el camino hecho al contrario. Un simple objeto personal puede funcionar como substituto de alguien, para que la persona sea recordada. Con Eduardo Naranjo entramos en un mundo de dos o tres generaciones a través de “fragmentos de un discurso amoroso”.

El primer cuadro que ilustra esta técnica es (1972). El libro y las gafas pertenecen a una mujer que se reflecta en el espejo, creando un efecto de “mise en abyme”:

“Todo esto nació de una antepasada mía, muy lejana, que vi en una fotografía, y expresé todo lo que podría haber sido su vida, sus sentimientos amorosos y su manera de pensar y vivir. Así surge el elemento del espejo.” (Eduardo Naranjo)

Para el niño, la mirada materna sería el primer espejo humano con lo cual se encuentra el sujeto y que la estructurará, afirma Winnicott. La insistencia de esta necesidad se transforma en la compulsión de autorretratarse, sobre todo si algo ha faltado en la transmisión psíquica de esta mirada. Winnicott introducirá la función del cuidado materno en la construcción del narcisismo primario, interponiendo un espejo entre el sujeto y él mismo. En 1971, Winnicott hablará sobre la percepción de la madre: el bebé puede verse o percibirse en el rostro materno “olvidando” a la madre.

Hemos hecho toda esta digresión analítica para evidenciar, en Eduardo Naranjo, la compulsión de autorretratarse, como también al ausencia del rostro materno en cuadros en que el espejo ha sido internalizado.

En Ropas de hombre con autorretrato (1975) un vidrio sirve de espejo y es así que surge el retrato del artista, con su mirada intensa, compulsiva y especular.

Eduardo Naranjo es un virtuoso de la composición, cuyo impacto en el espectador se debe exclusivamente a su forma directa y simbólica de comunicar. Es imposible no detectar en las décadas ‘70-’80 el mismo teatro (espacio de la representación) y la misma técnica (estilo, cromática, luminosidad, etc.) en la mayoría de sus obras. Mirándolas en reproducciones digitales, me he sentido casi siempre un hospede en el Monesterio de su infancia: arcaico, decrepito y ensolerado, donde al artista tiene sus raíces.

 

No sería correcto de mi parte, después de dar tanto énfasis a la interpretación (tan fútil comparada con la obra), no expresar aquí, de forma inequívoca, mi apreciación entusiasta por la creación de uno de los más importantes artistas europeos de la contemporaneidad.

Dan Caragea

Crítico de arte